lunes, 14 de marzo de 2011

Monstruos

De pequeña siempre creí que los monstruos eran unas criaturas extrañas que vivían detrás de la puerta de mi armario de madera, y que sólo existían realmente de noche; de día, simplemente desaparecían. Y si alguien, dejándose llevar por su curiosidad, por aburrimiento, o simplemente por casualidad, descubría su escondite secreto, no vivía para contarlo…
Pero estas reglas no eran siempre iguales para todos… Los niños debían tener mucho cuidado porque los monstruos siempre viajaban a su habitación sólo con un objetivo: comerles. En cambio, los adultos podían estar tranquilos, porque los monstruos nunca tenían apetito de carne madura, ellos preferían la suave y dulce piel de los pequeños.
Estos seres de los que os hablo, tenían un aspecto físico muy distinto los unos de los otros. Se trataba de alienígenas de piel verde y viscosa, con ojos en la frente, dos agujeros por nariz y totalmente calvos; de personajes oscuros tapados con sábanas blancas, atados a bolas de hierro como antiguos presos, y sin dejar de susurrar aquel terrible “buuuu” que tantas noches nos ha interrumpido el sueño; o de horribles y amenazantes osos-lobo que gruñían y gemían, con sus ojos brillantes en mitad de la oscuridad y esas zarpas tan peligrosas capaces de desgarrar cualquier cosa que se les eche… Había miles sueltos por ahí.
Terrorífico, ¿no creéis?

Pero tranquilos, pronto aprendí que todo esto tan sólo eran habladurías. Que no se escondía nadie en mi armario, que los fantasmas eran un mito para asustar a los débiles, y que los alienígenas vivían a años luz de mi cama.
Junto con los monstruos desaparecieron otros temores varios... Me di cuenta de que los gritos de mi vecina, no eran debidos a que Satán la poseía, si no a que sus hijos estaban con los abuelos de vacaciones y ella disfrutaba de una noche romántica con su marido… Descubrí que era totalmente imposible que una mano apareciese dentro de la taza del váter mientras me lavaba los dientes... Y que ningún loco se iba a escapar del psiquiátrico para venir a pasar la noche debajo de mi cama.

Y así fue como me convertí en una chica sin monstruos, una chica a la que un “buuuu” ya no la asustaba, una chica sin miedos debajo la cama… Hasta hoy.

Señores, mi deber es deciros que he descubierto que los monstruos sí existen. Aunque no llevan ojos en la frente, ni sábanas blancas, ni son verdes, ni tienen garras… ¡Y eso es lo peor!
Estos seres de los que os hablo, tienen una apariencia normal, con todo tipo de vestimentas: traje y corbata, chándal, vaqueros, camiseta… Algunos llevan bigote, otros, gafas… Pueden ser rubios o morenos, blancos o negros, altos o bajos, guapos o feos, jóvenes o viejos… Hay miles sueltos por ahí.
Pasan desapercibidos entre la multitud. Son unos seres sin corazón que se pasean por las calles nocturnas buscando alguien a quien maltratar, humillar, forzar, violar, e incluso matar. Y si alguien, dejándose llevar por su curiosidad, por aburrimiento, o simplemente por casualidad, descubre su verdadera intención, no vive para contarlo…

Pero estas reglas no son siempre iguales para todos… Normalmente, son las mujeres y los niños los que deben tener más cuidado, porque los monstruos siempre actúan con un solo objetivo: saciar su sucia y retorcida mente acabando con todo lo hermoso y casto que puede tener un niño o una mujer. Porque ellos nunca tienen apetito de carne madura, vieja o usada, ellos prefieren la suave y dulce piel de los pequeños. Sólo se les puede llamar de una forma: Monstruos.
Terrorífico, ¿no creéis?

Y lo peor de todo es que estos monstruos de los que os hablo existen de verdad, no son mitos falsos que sólo se revelan en las pesadillas de los pequeños… estos destrozan vidas, o lo que es peor, acaban con ellas.
Estos monstruos actúan de noche ya que deben esconder sus rostros por vergüenza, y no les preocupan los remordimientos. Ya no los sienten, ya no sienten nada. Tan sólo engullen como cerdos hambrientos todas las esperanzas y sueños de sus víctimas. Tan sólo acaban con la infancia de aquellos que podrían ser sus hijos. Tan sólo dejan almas marcadas de por vida, mientras ellos se ahogan en su propio olvido. Olvido de su parte humana. Olvido del niño que fueron algún día. Olvido de los monstruos que creyeron sentir en sus sábanas unos años atrás.

1 comentario:

  1. Cuando era pequeño hacía auténticas piruetas a la hora de desvestirme para ir a dormir, porque creía que en el breve instante que no veía mientras me quitaba el suéter o la camiseta, me iba a atacar Drácula o algún monsturo similiar. Pronto aprendí que los bocados te los pegan seres de carne y hueso y generalmente muy cercanos.

    No olvidemos nunca lo niños que fuímos.
    :)

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