jueves, 31 de marzo de 2011

El Hombre del Tiempo

En días como este siempre me pregunto qué es lo que hace que, de repente, un día, sea primavera. Qué es lo que cambia cuando ésta primavera crece tanto que explota y crea el verano. Eso mismo que hace que, más tarde, el verano envejezca y se arrugue en otoño. Ese extraño factor que todo aquello que, un día, fue primavera, verano y otoño, lo convierte en invierno, lo congela, lo hace dormir, esperar… para despertarlo de nuevo en una primavera, un nuevo nacimiento del ciclo que marca nuestras vidas… Bueno, algunas más que otras.

Una vez conocí a un hombre cambiante, un hombre que vivía por fases, por estaciones, las estaciones del año. Un hombre que dependía del tiempo, tiempo que le hacía cambiar y moverse en círculos constantemente. Un hombre del tiempo.

Sí, un hombre del tiempo. Su forma cambiaba con el tiempo, con las estaciones. El ciclo del año manipulaba su estado de ánimo, su sonrisa, sus actos… Haciéndole pasar por mil estados distintos, siempre tan intensos y extremos, tan contradictorios, tan profundos y sencillos a la vez… Tanto es así que aun pienso que quizá no era su estado de ánimo el que dependía del tiempo, si no que era el tiempo el que dependía de su estado de ánimo. Un estado de ánimo inmenso, grandioso… capaz de mover algo tan incierto y aparentemente casual como el tiempo.

En verano, sus ojos, inyectados en locura, bailaban de un lugar a otro con alegría, brillando tanto como brilla el mar una mañana de agosto. Su sonrisa despreocupada permanecía siempre en sus labios, mientras sus dientes saludaban al sol y hacían de espejo de éste, iluminando hasta el más oscuro rincón de la tierra, iluminando mi corazón.
Sus manos chocaban entre ellas dando palmas y sus dedos se chasqueaban al son de la viva melodía improvisada que salía por su boca, haciendo que todos los oídos se volviesen atentos, agradecidos. Los niños en la playa jugaban a su alrededor haciendo castillos de arena. Sus pies descalzos no paraban de moverse, iban de un lugar a otro con tanta facilidad y gracia que parecía no necesitar el suelo para sostenerse. El constante movimiento y la brisa marina hacían que los rizos de su oscuro pelo cobraran vida, rebotando de un lado a otro, sin control, entrelazándose.
El sol estaba siempre presente en su piel cobriza, un sol ardiente, luminoso, brillante… Un sol grande y explosivo, como su corazón… en verano.

Pronto llegaba el otoño. Los buenos recuerdos del verano que aguardaban en la memoria del hombre del tiempo, se secaban y se arrugaban cayendo inertes al suelo, convirtiéndose en hojarasca, en polvo. Desaparecía todo aquello que le hacía feliz, se secaba y caía al suelo. Sus manos permanecían cerradas en un puño, apretadas, como si algo muy importante aguardara en su interior… Nunca se supo lo que sostenían aquellos fuertes puños. Quizá guardaban una llave, la llave de su memoria. Memoria que no quería perder por nada del mundo. O quizá no guardaban nada, tan sólo se cerraban de tristeza, de impotencia, al no tener nada que guardar.
A veces llovía en sus ojos… Ojos que tan sólo reflejaban el color gris del cielo nublado, húmedo, triste… Sus pies empezaban a pesarle, tan sólo podía arrastrarlos por el frío asfalto de la ciudad, como alma en pena, viviendo un recuerdo, viviendo una falta. En sus labios se extinguía su sonrisa, sus dientes ya no saludaban, tan sólo se apretaban, haciendo marcar su mandíbula de rabia, de pena.
El sol se apagaba… como su corazón. Pronto se hacía oscuro, su corazón así lo hacía. Su piel también se apagaba, dejaba de tener el color del sol para tener el color de la luna. Tan sólo quedaban pequeñas marcas que servían de recuerdo de aquello que algún día fue felicidad, locura, despreocupación; de aquello que algún día fue verano.

Pero el tiempo pasaba y llegaba el invierno. Invierno que todo lo congela. El agua, las hojas secas, los recuerdos… También sus rizos se congelaban, pues dejaban de moverse por completo, se quedaban quietos, muertos. Sus pestañas, sus mejillas, su sonrisa, sus ojos… hielo.
Sus manos colgaban de sus brazos, relajadas, rendidas. A veces, él las metía dentro de los bolsillos de su gran chaquetón negro. Eso era lo único que le quedaba, su chaquetón… En ese momento lo daría a cualquier enfermo vagabundo a cambio de volver atrás en el tiempo, a cambio de volver a ser feliz.
Sus pies se hundían en la nieve, dejando huellas, rastro en círculos… Deambulaba con la cabeza agachada, pensativo. Sin embargo, no pensaba… tan sólo esperaba. Esperaba que volviese aquello que había perdido, no podía hacer nada, tan sólo esperar… Esperar que volviese a sentirse protegido, como se siente protegido un árbol con su follaje, esperar a su felicidad, esperar a la primavera… congelado.
Pero el tiempo pasaba despacio pues las agujas del reloj parecían haberse congelado también. El silencio cubría su rostro, su cuerpo. Su corazón apenas latía, apenas sentía… todo aquello que lo hacía bailar en otros tiempos, ahora lo hacía cada vez más frío, menos vivo.

Y de pronto, llegaba la primavera, casi sin avisar. Todo nacía de nuevo, los latidos de su corazón, el brillo de sus ojos, la luz radiante de su piel… Florecía su sonrisa, como florece una flor silvestre por sorpresa. Sus dientes conversaban con el sol, volvían a iluminar la vida, mi corazón. Despertaban sus rizos bailarines. Sus pies se volvían ligeros y se movían despacio siguiendo la nueva melodía que entonaba de nuevo el Hombre del Tiempo.
Todo a su alrededor crecía verde y colorido, impregnando sus ojos que volvían a tener vida. Su piel se mostraba receptiva, acogía los rayos del sol con agradecimiento y generosidad, como un árbol los agradece después de un largo invierno. Sus brazos se extendían y sus pulmones se hinchaban al llenarse de mil aromas, de mil sentimientos. Su felicidad había vuelto.
Nadie supo nunca qué era lo que le hacía volver a vivir… Hay quien dice que fue una mujer la culpable de sus cambios de humor. Quizá así fue. Está claro que lo único capaz de enloquecer al ser humano, es el propio ser humano.
Otros dicen que tan sólo era un desgraciado, loco, solitario, cuyo destino era vivir en círculos, naciendo y muriendo… una y otra vez… como las estaciones del año.

Pero eso tan sólo son suposiciones, habladurías. El caso es que nadie nunca sabrá qué es lo que le hacía vivir así; qué es lo que hacía que el Hombre del Tiempo fuera, o no, feliz; qué es lo que hace que, de repente, un día, sea primavera.

Florecía su sonrisa, como florece una flor silvestre por sorpresa.
Flores de Santiago Mendi.

domingo, 27 de marzo de 2011

Despedidas

Nunca me han gustado las despedidas, pero siempre han sido y serán inevitables. Por mucho que huyamos de nosotros mismos y nos justifiquemos con razones irracionales, para no sentir el vacío común que sentimos todos al decir adiós, todo acaba.
Tengo cuarenta y cuatro años, y en estos dos últimos, todo cuanto me ha rodeado han sido despedidas. Tristes, absurdas, e irremediables despedidas que me llevaron a convertirme en un monstruo. Un cruel asesino que acaba con las vidas de los inocentes para hacer pagar aquello que le martiriza. Un loco, ahora solitario, que intenta despedirse.

Todo empezó un domingo por la tarde, que como todos los domingos, iba a visitarte, madre, a ti y a Miguel. Cuando, enorme fue mi sorpresa, al encontrarme contigo, postrada en la cama, fría, inmóvil.
Ay madre, siento tener que decir esto, pero tú eres la causa de mi locura, el delirar de mi fiebre, el porqué de mis actos… Y es que ¡cómo no quererte!, con la dulzura con que me tratabas, con los ojos con los que me pedías perdón, con tu cariño maternal incondicional que siempre se desbordaba de tu corazón como una cascada después de un día de lluvia.
Quién me iba a decir a mí, que un alma tan dulce como la tuya, iba a provocarme esta desgracia permanente de la que no soy capaz de despedirme…
Y es que fue al entrar en tu habitación, y al encontrar tu cadáver, cuando entendí lo mucho que me hacías falta, lo mucho que te necesitaba a mi lado, lo mucho que me iba a costar despedirme de ti… Tanto, que nunca conseguí superarlo.

¿Por qué no me dijiste que teníais problemas, madre? ¿En qué momento decidiste mentirme? Si lo hubiese sabido, nunca habría permitido que ese maltratador siguiese contigo. De haberlo adivinado, ahora estarías viva.
Pero no, no podía saberlo. Y nunca me lo perdonaré. Dejé que Miguel acabase contigo apagando poco a poco la llama de tu vida. Y no pude hacer nada al respecto.

A los pocos días, a Miguel se le declaró culpable en el juicio, con cargos de maltrato y asesinato; lo encarcelaron.
Cualquier otro se hubiese quedado satisfecho con el castigo que se le daba, y se hubiese preocupado de salir adelante y superar el dolor que la muerte de su madre le había dejado dentro. Pero yo no. Yo sentía mucho más que dolor. Sentía vacío, culpabilidad, rabia, tristeza y venganza, sobre todo eso, venganza. Quería vengarte e iba ha hacerlo. Por ti, madre.

Así que no dudé ni un momento al actuar de forma rastrera e injusta hacia Miguel.
Estuve investigando, y descubrí su verdadero hogar, su verdadera mujer y sus dos hijos. Y la verdad es que no tardé en tomar la decisión que me ha llevado a escribir estas líneas, de la que tanto me arrepiento. Él me arrebató mi vida, y yo arrebataría la de los suyos.

A partir de ese momento, las cosas empezaron a suceder demasiado rápido. Cuando me quise dar cuenta, ya había acabado con la vida de la familia de Miguel, ya me había despedido de sus caras, ya me había convertido en un asesino.

Y, ¿A caso me sentí mejor al hacerlo? En absoluto. Y no me percaté de ello hasta que ya no había vuelta atrás. Había cometido tres delitos, y lo que es peor, había acabado con tres personas inocentes. Sentía odio a mi mismo. Odio por no haber evitado tu muerte, odio por utilizarte de excusa al explicar mis errores, odio por aquellas tres muertes que caían sobre mi conciencia, odio por las despedidas.

Y aquí estoy yo, un hijo que adoró a su madre como el que más, una persona que no supo actuar de forma correcta en un momento de falta de un ser querido, alguien que odia las despedidas, intentando explicar lo inexplicable, intentando despedirse.
Porque quien ha creado tanto dolor y tantas desgracias, tanto ajenas como propias, no tiene otro destino que la muerte. Y éste va ha ser mi destino, madre, junto a ti. Porque la misma razón que acabó contigo, acabará hoy conmigo, para siempre.

Nunca me han gustado las despedidas, pero siempre han sido y serán inevitables. Tan inevitables como el curso que sigue la vida después de cada decisión tomada, porque cada decisión, acarrea su consecuencia, y son sólo las consecuencias las que marcan un final en las cosas, una despedida.

jueves, 24 de marzo de 2011

Devolvédmelos

¿Quién quiere manos teniendo amigos? ¿Quién quiere riquezas, tiempo libre o belleza? ¿Quién quiere la perfección? ¿Quién quiere el cofre del tesoro, el final de una película o el beso de un príncipe? ¿Quién quiere unas vacaciones? ¿Quién quiere libertad? Yo os lo doy todo. Es vuestro.

¿Quién quiere viajar? ¿Quién quiere primaveras? ¿Quién quiere bañarse en el mar, oler una rosa o saborear un caramelo? ¿Quién quiere piernas, pensamientos o distracciones? ¿Quién quiere bolsillos? ¿Quién quiere oxígeno? Yo os lo doy.

Os doy mi voz, mis sueños, mi opinión. Os doy mi virtud y mi verdad. Os doy mis ojos, mi luz, mi despertar. Pero no os los llevéis a ellos.
Os lo doy todo, mi todo. Os doy también la nada. Os doy mi yin y mi yang, mi sonrisa y mi memoria. Mis recuerdos. Os lo doy. La moneda que me cuelga del cuello, las hojas secas de la calle, la tormenta que me enamora. Os lo doy. Os doy mi cielo, mi vida, mi edredón, mi anhelo, mis pulseras. Os doy a él. Os lo doy. Es vuestro. Os doy mi mayor bien. Os doy a él.
Pero dejadme a mis amigos, no os los llevéis.

Cogedlo todo, dejadme sin nada. Dejadme sin tiempo, sin luz del sol, sin palabras, sin pupilas. Dejadme sin música, sin sentimientos, sin esperanza. Dejadme sin él. Cogedlo. Lleváoslo. Es vuestro, todo es vuestro… menos ellos.

Lleváoslo y haced con todo lo que deseéis, lo que el capricho os pida. Tirad mis fotos, quemad mis cartas, ahogad mi voz, cortad mi cuello, gastad mi moneda, romped mis sueños, olvidad mi memoria, ignorad mi opinión, enjaulad mi libertad. Matadlo a él. Matadlo a él… pero dejadme a mis amigos. No os los llevéis. Que no se vayan. Que no se vayan… ¡Que no se vayan! Por favor… que vuelvan ya.

¿Quién quiere manos teniendo amigos? ¿Quién quiere nada? Os lo doy todo. Tan sólo les necesito a ellos. Devolvédmelos.

Ellos son mis manos, mi voz, mis sueños y mi música. Ellos son mi cuello, mi memoria, mi libertad y mi anhelo. Ellos son mi yin y mi yang, son mi sonrisa, mi cofre del tesoro… Y es que con ellos no necesito tormentas que me enamoren, ni luz del sol por las mañanas. Pues ellos son mi sol, mi amor.
Con ellos no le necesito a él. Ellos me lo dan todo. Con ellos me sobran las riquezas y la belleza, con ellos me sobra la perfección, la libertad y los recuerdos. Con ellos me sobra todo.

Tan sólo les necesito a ellos. Devolvédmelos.

¿Quién quiere manos teniendo amigos? Devolvédmelos.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Esperando la casualidad

Qué pena sólo verte por casualidad, al doblar una esquina, al cruzar una calle, al quedarme dormida… Qué pena no conocer tu nombre, tu vida. Qué pena no poder verte, tan sólo encontrarte. Qué pena mirarte, buscarte… y que no estés.

Hoy no estabas. Ayer no estuviste. Llevo días sin verte… Bueno, sin encontrarte. ¿Te has ido? ¿Volverás? Quizá te has ido para siempre… Quizá has encontrado otra esquina por donde aparecerte y hacer temblar a otra persona… dejarla sin respiración con tu sonrisa… vaciarle la mente ocupándolo todo… Quizá te has ido de viaje, buscando nuevas sonrisas, sonriendo. Siempre lo haces.
Quizá nunca pasaste por esta esquina. Quizá nunca sonrías. Quizá te imaginé…

Quizá sólo deba esperar a otra casualidad para verte, quizá deba quedarme dormida… y soñar. Soñar que cruzo la calle y te encuentro en la equina, sonriente… como siempre. Como nunca. Que me saludas, que mis pies fallan y que dejan de moverse, que dejo de respirar… y soñar.

Qué pena sólo verte por casualidad, al doblar una esquina, al cruzar una calle, al quedarme dormida…

sábado, 19 de marzo de 2011

Mi universo, las palabras

Palabras que cuentan,
palabras que esconden,
palabras que dicen mucho,
palabras que no dicen nada,
palabras malvadas,
palabras amables,
palabras que sobran.
Palabras de palabras.

Mi universo, las palabras.
Mi amor y mi miedo,
mi vicio y mi anhelo,
mi virtud y mi defecto,
mi terror, mi error, mi vida…
y ahora mi muerte…
Palabras.

Retorcidas palabras.
Ideales, palabras.
Preocupaciones, palabras.
Sentimientos, palabras.
Lágrimas o sonrisas, palabras.
Palabras de palabras.

Las palabras se las lleva el viento,
dicen los enemigos de éstas.
Pero, ¿y qué es viento, si no una palabra más?
Las palabras se las llevan las palabras,
y en su lugar aparecen más palabras.
Siempre palabras, palabras de palabras.

Palabras que hieren,
palabras que hacen volar,
palabras festivas,
palabras de amor,
palabras de odio,
u odiosas palabras.
Palabras de palabras.

Una imagen vale más que mil palabras,
dicen de nuevo.
Pero yo os digo: detrás de ésta imagen,
hay más de mil palabras.
Millones. Un universo complejo, único,
como una imagen parafraseada.

Palabras interrogantes,
respuestas de palabras.
Palabras bruscas,
palabras cálidas,
palabras como cuchillos,
palabras como el plomo.
Palabras de palabras.

Palabras que se repiten,
palabras que gustan,
o que no gustan.
Moda de palabras,
palabras valientes,
palabras prohibidas,
palabras que no serán nunca palabras.
Palabras de palabras.

Mi universo, las palabras.
Si me las quitas, no soy nada.
No me selles los labios, no me hagas callar,
no me mates las palabras, no me las hagas olvidar.
Que sin ellas yo no vivo, que sin ellas no soy nada.

Ni nada puedo ser,
puesto que nada es palabra,
y mis palabras son prohibidas.
Y como así tiene que ser,
dejaré de vivir por ellas,
hasta que cambie mi suerte
un nuevo amanecer.

viernes, 18 de marzo de 2011

Ubi sunt?

¿Dónde están, dónde irán los recuerdos que perdimos?
¿Dónde están, dónde irán los besos que no dimos?
Las muñecas, los abrazos, las canciones,
las pinturas, los inviernos, los cajones…

¿Dónde acaba todo aquello que fue nuestro?
¿Dónde acaba nuestro antiguo pensamiento?
Las miradas, las verdades, los vestidos,
las apuestas, las promesas, los suspiros…

¿Desaparecen, envejecen,
o simplemente no vuelven?
Quizá vuelen, quizá viajen hacia aquellos,
que por rarezas de la vida,
carecen de momentos bellos.

jueves, 17 de marzo de 2011

The Pigeons



Deja que tu pelo se enrede por el viento y que tu mente pierda la razón.
Deja que tu sonrisa aparezca al oír esta canción.
Deja que las horas pasen y que los bares se llenen de amistad.
Deja que Las Palomas te enseñen lo que significa libertad.

Qué manía tenemos los humanos,
que lo que no tenemos deseamos.
Libertad inalcanzable,
de valor incalculable.
La perseguimos, la deseamos,
pero no la atrapamos.

Pertenece a las Palomas.

Afloja los grilletes de la responsabilidad,
abre tus alas y salta hacia la inmensidad,
deja actuar a tu curiosidad,
y así sabrás lo que es la libertad…

Pertenece a las Palomas.

Toma los rayos del sol para improvisar tu camino,
olvídalo, es algo más que un destino,
es un sentimiento repentino.
Y ahora dime, con honestidad…
¿Sientes lo que es la libertad?

Pertenece a las Palomas.

Desabrocha los botones de la precisión
y baila conmigo esta canción.
Que aquí se acaba la lección,
ésta es tu última oportunidad,
¡disfruta de la libertad!

Deja que tu pelo se enrede por el viento y que tu mente pierda la razón.
Deja que tu sonrisa aparezca al oír esta canción.
Deja que las horas pasen y que los bares se llenen de amistad.
Deja que Las Palomas te enseñen lo que significa libertad.

Pertenece a las Palomas.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Casualidades

Amo la casualidad. Esa casualidad que hace que dos personas se encuentren al doblar una esquina; esa casualidad que hace que nunca toquen los sorteos; esa casualidad que hace que dos grandes astros tan distantes, como el sol y la luna, se crucen y simulen encontrarse en un mismo punto formando un bello espectáculo que hace que el mundo se pare para levantar la vista.

Y, ¿qué sería de nosotros sin las casualidades? Las casualidades que hacen que nos quedemos dormidos cinco minutos, que nos encontremos una moneda en medio del asfalto, que llamemos a alguien con quien hace mucho no hablábamos... Casualidades que nos hacen equivocarnos y disfrutar, ver a alguien que nos está mirando, coincidir con otros... Casualidades que nos hacen dejar olvidadas unas llaves en un bolso ajeno, cambiar de canal y encontrar una película que nos cambia los planes, escuchar una canción que nos recuerda a esa persona… Casualidades que forman nuestra vida, haciendo de ella algo interesante, divertido. Casualidades que hacen la vida un poco menos planeada, un poco más improvisada. Casualidades.

Por eso me siento agradecida. Agradezco esas casualidades que Don Azar pone en nuestro camino para embellecerlo, para recordarnos que en esta vida no todo son planes, no todo son matemáticas… que hay una parte incierta, casual. Porque por una casualidad estamos aquí, y por una casualidad nos iremos. Y, ¿qué es la vida, si no una bella casualidad?

La lluvia que nos moja los zapatos y nos hace entrar en el primer bar que vemos, donde espera un buen amigo y un rico café. La carta que se pierde y hace reconciliar a dos enamorados infieles y pecadores. El socavón que nos hace tropezar y caer con ese desconocido que pronto dejará de serlo. Casualidades.

Una sonrisa. Una lágrima. Una palabra. Mariposas. Una mirada. Un recuerdo. Un olor. Casualidades.

Casualidades que se entrelazan. Casualidades que nos entrelazan. Casualidades caprichosas, volátiles, breves… Casualidades increíbles, vitales, torpes… Casualidades que vienen y van, que bailan y se pierden por nuestras vidas. Casualidades que viajan de esquina a esquina, haciéndonos vivir, haciéndonos sonreír. Casualidades que botan y rebotan, casualidades que viven y mueren, casualidades que ruedan, que esperan, que saltan, que aman. Casualidades.

Amo la casualidad. Esa casualidad que hace que dos personas se encuentren al doblar una esquina…

Casualidades que nos entrelazan.

martes, 15 de marzo de 2011

De balcón a balcón

Una vez más ha posado sus enormes ojos cobrizos en mí. Una vez más se han cruzado nuestras miradas creando, así, una energía invisible que alimenta los latidos de mi corazón. Una vez más ha salido al balcón y, en lugar de prestar atención al pintoresco mundo de allí a bajo, ha decidido fijarse en mí; una vulgar ama de casa que sueña con su gran amor al mirar por la ventana.
Sigue mirándome. ¿Qué estará pensando? Quizá se ha dado cuenta de mi permanente mirada e intenta deshacerse de ella haciéndome sentir incómoda… ¿Y si lo que realmente quiere es lanzarme algún tipo de indirecta?
Estoy loca si creo que puedo tener una posibilidad con él; yo, madre soltera, sin dinero, atractivo, ni personalidad suficiente para conquistar una mente tan culta como la que debe tener el propietario de aquellos preciosos ojos que siguen observándome desde el otro lado de la calle.
Mejor será que me olvide y baje la persiana. Debo seguir con mi vida en lugar de pensar en amores de película, miradas de entendimiento, sentimientos absurdos… De balcón a balcón.


Como un niño. Me he sentido como un niño que sueña con poder volar para viajar a mi antojo y poder llegar hasta el balcón de en frente, dónde me espera la única mujer que me hace temblar con tan sólo una mirada. Cierro los ojos y la veo allí parada, mirándome, con esa tímida cara de porcelana y esos rizos oscuros balanceándose encima de sus hombros.
¿Por qué me mira de ese modo, como si pidiese perdón? ¿Debo hacerle un gesto? No, lo más posible es que siquiera se haya fijado en mí. Puede que sólo esté pensando despreocupada en algún tema sin darse cuenta de que sus ojos están fijados en mi ventana.
Ha cerrado la persiana. Era cierto, ¿cómo pretendía enamorarla de éste modo? Está claro que somos dos personas totalmente distintas y que ella jamás se fijaría en mí.
Por un momento creí que algo sucedía en esa mirada, que la sensación, que aún siento en mi interior, había traspasado el cristal de su ventana para hacerle notar mi torpe y enamorada mirada, de balcón a balcón.

lunes, 14 de marzo de 2011

Monstruos

De pequeña siempre creí que los monstruos eran unas criaturas extrañas que vivían detrás de la puerta de mi armario de madera, y que sólo existían realmente de noche; de día, simplemente desaparecían. Y si alguien, dejándose llevar por su curiosidad, por aburrimiento, o simplemente por casualidad, descubría su escondite secreto, no vivía para contarlo…
Pero estas reglas no eran siempre iguales para todos… Los niños debían tener mucho cuidado porque los monstruos siempre viajaban a su habitación sólo con un objetivo: comerles. En cambio, los adultos podían estar tranquilos, porque los monstruos nunca tenían apetito de carne madura, ellos preferían la suave y dulce piel de los pequeños.
Estos seres de los que os hablo, tenían un aspecto físico muy distinto los unos de los otros. Se trataba de alienígenas de piel verde y viscosa, con ojos en la frente, dos agujeros por nariz y totalmente calvos; de personajes oscuros tapados con sábanas blancas, atados a bolas de hierro como antiguos presos, y sin dejar de susurrar aquel terrible “buuuu” que tantas noches nos ha interrumpido el sueño; o de horribles y amenazantes osos-lobo que gruñían y gemían, con sus ojos brillantes en mitad de la oscuridad y esas zarpas tan peligrosas capaces de desgarrar cualquier cosa que se les eche… Había miles sueltos por ahí.
Terrorífico, ¿no creéis?

Pero tranquilos, pronto aprendí que todo esto tan sólo eran habladurías. Que no se escondía nadie en mi armario, que los fantasmas eran un mito para asustar a los débiles, y que los alienígenas vivían a años luz de mi cama.
Junto con los monstruos desaparecieron otros temores varios... Me di cuenta de que los gritos de mi vecina, no eran debidos a que Satán la poseía, si no a que sus hijos estaban con los abuelos de vacaciones y ella disfrutaba de una noche romántica con su marido… Descubrí que era totalmente imposible que una mano apareciese dentro de la taza del váter mientras me lavaba los dientes... Y que ningún loco se iba a escapar del psiquiátrico para venir a pasar la noche debajo de mi cama.

Y así fue como me convertí en una chica sin monstruos, una chica a la que un “buuuu” ya no la asustaba, una chica sin miedos debajo la cama… Hasta hoy.

Señores, mi deber es deciros que he descubierto que los monstruos sí existen. Aunque no llevan ojos en la frente, ni sábanas blancas, ni son verdes, ni tienen garras… ¡Y eso es lo peor!
Estos seres de los que os hablo, tienen una apariencia normal, con todo tipo de vestimentas: traje y corbata, chándal, vaqueros, camiseta… Algunos llevan bigote, otros, gafas… Pueden ser rubios o morenos, blancos o negros, altos o bajos, guapos o feos, jóvenes o viejos… Hay miles sueltos por ahí.
Pasan desapercibidos entre la multitud. Son unos seres sin corazón que se pasean por las calles nocturnas buscando alguien a quien maltratar, humillar, forzar, violar, e incluso matar. Y si alguien, dejándose llevar por su curiosidad, por aburrimiento, o simplemente por casualidad, descubre su verdadera intención, no vive para contarlo…

Pero estas reglas no son siempre iguales para todos… Normalmente, son las mujeres y los niños los que deben tener más cuidado, porque los monstruos siempre actúan con un solo objetivo: saciar su sucia y retorcida mente acabando con todo lo hermoso y casto que puede tener un niño o una mujer. Porque ellos nunca tienen apetito de carne madura, vieja o usada, ellos prefieren la suave y dulce piel de los pequeños. Sólo se les puede llamar de una forma: Monstruos.
Terrorífico, ¿no creéis?

Y lo peor de todo es que estos monstruos de los que os hablo existen de verdad, no son mitos falsos que sólo se revelan en las pesadillas de los pequeños… estos destrozan vidas, o lo que es peor, acaban con ellas.
Estos monstruos actúan de noche ya que deben esconder sus rostros por vergüenza, y no les preocupan los remordimientos. Ya no los sienten, ya no sienten nada. Tan sólo engullen como cerdos hambrientos todas las esperanzas y sueños de sus víctimas. Tan sólo acaban con la infancia de aquellos que podrían ser sus hijos. Tan sólo dejan almas marcadas de por vida, mientras ellos se ahogan en su propio olvido. Olvido de su parte humana. Olvido del niño que fueron algún día. Olvido de los monstruos que creyeron sentir en sus sábanas unos años atrás.

domingo, 13 de marzo de 2011

El viejo sofá de mamá

Está claro que los humanos tenemos la manía de querer transformar todo cuanto nos rodea para nuestra propia comodidad.
Llevamos relativamente poco en el mundo, y los cambios que le hemos hecho sufrir a este bello planeta que nos ha dado la vida son infinitos.
Somos así, egoístas, inconscientes, egocéntricos…

Por causas que desconocemos, éste planeta al que llamamos Madre Tierra, corresponde a su nombre dándonos todo lo necesario para vivir. ¿Y cómo se lo agradecemos? Destruyéndolo.
Nos apropiamos de lo que nunca ha sido nuestro y lo quemamos, matamos, y construimos encima. Enterramos en tierra sagrada lo que ya no nos es de utilidad, para así, deshacernos de tanto estorbo. Les quitamos el hogar a miles de seres vivos, mientras exigimos nuestro derecho humano de disponer de una casa propia. Aplicamos a todo la ley del más fuerte, siempre y cuando el más fuerte sigamos siendo nosotros, claro. Cogemos el tesoro líquido más preciado que nos ha podido conceder nadie y lo contaminamos y malgastamos como niños malcriados que estropean un sofá nuevo con sus pinturas.
Y después de todo esto, ¿realmente hay alguien que no pueda dormir por las noches a causa de remordimientos? Nadie. Porque nadie es consciente del daño que está provocando la calefacción tan alta en su salón, o esa lata vacía que echó al mar despreocupadamente, o aquellos papeles que tiró en la basura orgánica en lugar de llevarlos dos metros más a la derecha, donde espera el contenedor de papel para reciclar, y evitar, así, la muerte de mil y un árboles.

Y es que el sofá nuevo de mamá empieza a flaquear… Tiene agujeros en su capa de ozono, cojea de una pata trasera llamada energía renovable, chirrían sus muelles como débiles animales pidiendo un poco de clemencia por parte de los niños malcriados que no dejan de destrozar su hábitat y que no descansarán hasta acabar con él.

Quizá el problema es que nadie aún se ha planteado la posibilidad de que no es el mundo el que debe cambiar, si no nuestras mentes, que, al parecer, son las que no se encuentran a gusto con él.

Estaría realmente bien empezar a guardar la caja de pinturas y dejar el sofá nuevo de mamá tranquilo. Después de todo, éste juego que tanto nos divierte ahora, va a ser el que habrá estropeado nuestra herencia más tarde.
Aunque todo esto nos da igual. Pocos son los que realmente tienen consciencia de esta catástrofe que estamos creando, pocos son los que de verdad quieren e intentan ponerle remedio…
Pero es que resulta que si no colaboramos todos, esto no funcionará. Aún estamos a tiempo, mamá no ha visto el sofá, aún tenemos tiempo de coser los rotos, de lavar las manchas, la pintura aún no está seca; no está todo perdido. Tan sólo necesitamos hacer éste “clic” en nuestras cabezas, tan sólo eso…
Porque tenedlo claro, el problema no está en la capa de ozono, ni en la falta de agua potable, ni en el deshielo de los polos… el problema está en nuestras mentes, y eso, tiene solución.


Crancs

sábado, 12 de marzo de 2011

Ayer, hoy y mañana

Primero muñecas, pañales y princesas.
Más tarde música, amistad y patatas fritas.
Ahora pintauñas, amor y rebeldía.
Después familia, libertad y obligación.
Luego gafas, sabiduría y bastón.
Por último oscuridad, soledad y olvido.

viernes, 11 de marzo de 2011

Por amar a la mar

Es curiosa la inmensa capacidad de amar que duerme en nuestro interior, dejando que todo lo demás sea insignificante cuando poseemos lo amado y que, en ocasiones, nos lleva a lugares consecuentes no deseados, por culpa de nuestra inocente confianza hacia aquello que, aparentemente, es perfecto. Nunca dejaré de sorprenderme…

Una vez, en una taberna, conocí a un hombre desdichado. No es difícil tropezarse con hombres desgraciados, los hay a patadas… Pobres, feos, locos, heridos… Está claro que el hombre, por naturaleza, es pesimista. Pero éste era un tanto especial, por lo menos eso me pareció a mí.
Charlamos un rato y decidió contarme su historia. Y fue sólo entonces cuando comprendí todo ese dolor que aparecía en cada arruga de su frente. Era un hombre que por amor, llegó a olvidar dónde empezaba aquella línea que separa la vida, de la muerte; y ya no podía volver a atrás.
Su amada; la más bella, la que con su esplendor azul cautiva todas las miradas, la que sala los labios al besarla, la que hipnotiza al escepticismo, aquella que con su eterna inmensidad enamoró al recuerdo de mí compañero; la mar. Y es que éste pobre condenado, pirata de los siete mares, hombre astuto, bebedor de ron, fiel amante de la mar, tenía una cita con la horca al salir el sol; y precisamente por eso, por amar a la mar.
Sus cargos eran debidos a que el pirata quiso permanecer a cualquier precio en un navío para estar en contacto con su azul inmensidad. Y se vio obligado a saquear mercancías en puertos pequeños, a invadir barcos ajenos e incluso a acabar con las vidas de aquellos que se interponían en su objetivo. Y todo, por amar a la mar.

Quizá parezca un poco raro. No es fácil entender un amor nunca sentido, aunque tampoco es fácil sentirlo… Creerte dueño de la mar, cuando en realidad es ella la que se ha adueñado de ti, haciendo de ti, un hombre solitario, huraño, ambicioso. Y es que la mar pasó a ser su única riqueza, su desdicha, sus sueños, su miedo, sus vicios, su amor, su vida, su muerte. Tanto es así, que una vez en tierra, éste pirata no tenía nada, éste pirata era hombre muerto.
Y ya no se podía retroceder, el cuello que rozarían las asesinas cuerdas aquella mañana, sería el cuello de un hombre inocente, el cuello de alguien que cayó en las crueles y frías garras marinas, el cuello del que amó a la mar hasta hacerse daño.

A la mañana siguiente, fueron ejecutados más de cien piratas. Cien hombres que se creyeron libres mientras vendían su libertad a cambio de la soledad. Cien hombres desdichados por su propio pie. Cien hombres condenados, por amar a la mar.

Cotlliure

jueves, 10 de marzo de 2011

Inevitable


Hay cosas inevitables en esta vida, y éstas suelen ser las más terribles, absurdas o pasionales. Como la muerte, los despistes o el amor. Todas ellas callejones sin salida con un gran final.

Luchamos continuamente contra ellas, como aquel que salta para evitar meter el pie en un gran charco de agua de lluvia, cuando sabe perfectamente que, unos metros más allí, va a meter, por error, el pie en un charco mayor… Inevitable.

Inevitable como quemarse con el primer sorbo de café, morderse la lengua o sonreír al ver a esa persona. Inevitable como golpear con los nudillos una mesa para combatir el aburrimiento o mover el pie al compás de la música que nos invade. Inevitable como asustarse después de ver una película de terror o reírse al oír un chiste malo. Inevitable como quedarse dormido al apagar el despertador, pelearse con los hermanos o pisar una caca de perro camuflada entre la hierba. Inevitable como perder una púa, un clip o una goma de pelo. Inevitable como odiar a quien nos odia, echar de menos a quien nos falta y querer a quien nos cuida. Inevitable.

Y, ¿por qué será que pretendemos evitar siempre todo lo inevitable? Intentamos inventar mil vacunas para curar nuestros males y desgracias, creamos potingues y productos para combatir esto a lo que llaman “ley de vida”, soñamos con remedios y pociones que nos hagan inmortales, saltamos charcos de agua de lluvia, y pedimos no enamorarnos de esa persona, no pensar en aquel día y no soñar con esa posibilidad... Otra vez pedimos demasiado.

Por eso propongo algo nuevo, diferente. Propongo dejar de intentar evitar lo inevitable, dejar de intentar salir de este callejón sin salida y disfrutar del viaje. Propongo lanzarnos y meter el pie en el primer charco de agua de lluvia que veamos y mojarnos los pies. Es más, propongo ponernos las botas de plástico y saltar de charco en charco hasta empaparnos como niños que juegan a ensuciarse, y bailar, y ser felices de una vez, disfrutando de lo que inevitablemente pasará.

Y equivocarnos, y tropezar, y mordernos la lengua, y perder las cosas, y apagar el despertador, y discutir, y reconciliarnos… y enamorarnos. Enamorarnos y disfrutar de ello, y luego sufrir, y olvidar, y volver a empezar, y volvernos a enamorar. Inevitable.

Porque, si todo esto es inevitable, ¿por qué luchar contra ello? Ese es el puro inconformismo del ser humano, qué le vamos a hacer... Siempre nos quedará algún charco de agua de lluvia para recordarnos que debemos dejar de evitar todo aquello inevitable, puesto que, de un modo u otro, terminaremos con los pies mojados, y, ¿qué mejor forma que mojárselos disfrutando?

miércoles, 9 de marzo de 2011

Deseos de una hoja de avellano

El tiempo. Enemigo histórico del hombre, cruel burlador de los que vamos con prisas, triste pero inevitable factor inflexible. ¿Qué buscas? ¿Qué pides? Nos maltratas, nos utilizas, nos manipulas, nos llevas y nos traes a tu antojo, y nosotros tenemos que aprender a vivir con ello, no hay otro remedio.

Como una rueda de camión que atropella una tierna y atrevida hoja de avellano, quitándole todo lo bello que poseía, dejándola sin vida, marcada. Así nos dejas, tiempo, pasas a un ritmo frenético, dejándonos desnudos, sin armas de protección posible, dejando tus huellas en nuestra piel, las huellas de tus ruedas.

¿Por qué huyes, tiempo? ¿Quién te persigue? Pasas por nuestra vida desordenándolo todo a tu paso, haciéndonos cambiar, creándonos un caos que poco a poco debemos ir arreglando. ¿Y todo para qué? Para que de nuevo aparezcas y nos quites todo aquello que creemos nuestro.

Quizá huyes porque eres sabio, quizá es que sabes que el que intenta perdurar para siempre en lugar de escabullirse y huir, acaba pisoteado. Y yo quiero ser como tú, tiempo. Déjame subirme contigo en tu camión, déjame sentir tu velocidad, ir a todo trapo, y observar las ignorantes y desgraciadas hojas de avellano que van pasando bajo nuestras ruedas, convirtiéndose en tus huellas, en huellas del tiempo.

martes, 8 de marzo de 2011

Asumo el riesgo

¿Y qué sería la vida sin riesgo? Riesgo de ofender al mejor amigo, riesgo de caer en la tentación prohibida, riesgo de cometer faltas de ortografía, riesgo de parecer patético, riesgo de fallar en algún momento, riesgo de tropezar por la calle, riesgo de llorar en público, riesgo de equivocarse… riesgo de vivir.

¿A caso los pájaros vuelan con arnés? No. ¡Claro que no! Se lanzan al vacío desde la rama más alta del árbol más grande. Y no temen. Abren las alas y vuelan, asumiendo el riesgo de fallar y caer.
Quizá nosotros, los humanos, teníamos alas hace tiempo. Y quizá fue precisamente ese miedo al riesgo el que nos las quitó. Imaginad… Todos los humanos, al nacer, teníamos unas grandes y fuertes alas que nos permitían volar y besar las nubes. Pero pronto apareció el miedo, ese miedo que siempre aparece cuando algo va demasiado bien, y dejamos de volar, pues nos daba miedo caer desde los cielos por un fallo. Al poco tiempo, empezamos a tapar nuestras alas con ropa, y estas, generación tras generación, han ido haciéndose pequeñas mientras nuestro miedo al riesgo no paraba de crecer. Y ya lo veis… desaparecieron, y con ellas se fue nuestra valentía, nuestra libertad. Dejamos de sufrir por el riesgo de volar, sí, pero perdimos el cielo. ¿Qué precio somos capaces de pagar los humanos para no asumir riesgos? Demasiado alto, en mi opinión.
Y ahora que los humanos vivimos en la seguridad de la tierra, no hacemos más que desear el cielo y su tranquilidad, su paz. Pero hemos olvidado que un día, hace mucho tiempo, ese cielo inalcanzable, era nuestro, y que por culpa del miedo al riesgo lo perdimos.

¿Estamos dispuestos a perder más cosas por ello? ¡No! No dejemos de hablar por miedo a no gustar. No dejemos de bailar por miedo a tropezar. No dejemos de abrazar por miedo de ser rechazados. No dejemos de sentir por miedo a llorar. No dejemos de intentar por miedo a fracasar. Porque aunque el miedo al riesgo siempre está y estará presente en nuestras vidas, no dejemos de vivir por él, pues, ¿qué sería la vida sin riesgo? Una vida sin cielo, ya lo veis.

Por eso yo asumo el riesgo. Y el día que los pájaros no vuelen por miedo a fallar y caer, ese día, dejaré de intentar que me salgan alas y me rendiré, pues mi cielo se habrá vuelto de verdad inalcanzable. Pero hasta que este momento llegue, no voy a dejar de arriesgar para vivir. Porque la vida es riesgo, y aunque el riesgo es miedo, sin él, no hay cielo.