domingo, 27 de marzo de 2011

Despedidas

Nunca me han gustado las despedidas, pero siempre han sido y serán inevitables. Por mucho que huyamos de nosotros mismos y nos justifiquemos con razones irracionales, para no sentir el vacío común que sentimos todos al decir adiós, todo acaba.
Tengo cuarenta y cuatro años, y en estos dos últimos, todo cuanto me ha rodeado han sido despedidas. Tristes, absurdas, e irremediables despedidas que me llevaron a convertirme en un monstruo. Un cruel asesino que acaba con las vidas de los inocentes para hacer pagar aquello que le martiriza. Un loco, ahora solitario, que intenta despedirse.

Todo empezó un domingo por la tarde, que como todos los domingos, iba a visitarte, madre, a ti y a Miguel. Cuando, enorme fue mi sorpresa, al encontrarme contigo, postrada en la cama, fría, inmóvil.
Ay madre, siento tener que decir esto, pero tú eres la causa de mi locura, el delirar de mi fiebre, el porqué de mis actos… Y es que ¡cómo no quererte!, con la dulzura con que me tratabas, con los ojos con los que me pedías perdón, con tu cariño maternal incondicional que siempre se desbordaba de tu corazón como una cascada después de un día de lluvia.
Quién me iba a decir a mí, que un alma tan dulce como la tuya, iba a provocarme esta desgracia permanente de la que no soy capaz de despedirme…
Y es que fue al entrar en tu habitación, y al encontrar tu cadáver, cuando entendí lo mucho que me hacías falta, lo mucho que te necesitaba a mi lado, lo mucho que me iba a costar despedirme de ti… Tanto, que nunca conseguí superarlo.

¿Por qué no me dijiste que teníais problemas, madre? ¿En qué momento decidiste mentirme? Si lo hubiese sabido, nunca habría permitido que ese maltratador siguiese contigo. De haberlo adivinado, ahora estarías viva.
Pero no, no podía saberlo. Y nunca me lo perdonaré. Dejé que Miguel acabase contigo apagando poco a poco la llama de tu vida. Y no pude hacer nada al respecto.

A los pocos días, a Miguel se le declaró culpable en el juicio, con cargos de maltrato y asesinato; lo encarcelaron.
Cualquier otro se hubiese quedado satisfecho con el castigo que se le daba, y se hubiese preocupado de salir adelante y superar el dolor que la muerte de su madre le había dejado dentro. Pero yo no. Yo sentía mucho más que dolor. Sentía vacío, culpabilidad, rabia, tristeza y venganza, sobre todo eso, venganza. Quería vengarte e iba ha hacerlo. Por ti, madre.

Así que no dudé ni un momento al actuar de forma rastrera e injusta hacia Miguel.
Estuve investigando, y descubrí su verdadero hogar, su verdadera mujer y sus dos hijos. Y la verdad es que no tardé en tomar la decisión que me ha llevado a escribir estas líneas, de la que tanto me arrepiento. Él me arrebató mi vida, y yo arrebataría la de los suyos.

A partir de ese momento, las cosas empezaron a suceder demasiado rápido. Cuando me quise dar cuenta, ya había acabado con la vida de la familia de Miguel, ya me había despedido de sus caras, ya me había convertido en un asesino.

Y, ¿A caso me sentí mejor al hacerlo? En absoluto. Y no me percaté de ello hasta que ya no había vuelta atrás. Había cometido tres delitos, y lo que es peor, había acabado con tres personas inocentes. Sentía odio a mi mismo. Odio por no haber evitado tu muerte, odio por utilizarte de excusa al explicar mis errores, odio por aquellas tres muertes que caían sobre mi conciencia, odio por las despedidas.

Y aquí estoy yo, un hijo que adoró a su madre como el que más, una persona que no supo actuar de forma correcta en un momento de falta de un ser querido, alguien que odia las despedidas, intentando explicar lo inexplicable, intentando despedirse.
Porque quien ha creado tanto dolor y tantas desgracias, tanto ajenas como propias, no tiene otro destino que la muerte. Y éste va ha ser mi destino, madre, junto a ti. Porque la misma razón que acabó contigo, acabará hoy conmigo, para siempre.

Nunca me han gustado las despedidas, pero siempre han sido y serán inevitables. Tan inevitables como el curso que sigue la vida después de cada decisión tomada, porque cada decisión, acarrea su consecuencia, y son sólo las consecuencias las que marcan un final en las cosas, una despedida.

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