domingo, 17 de febrero de 2013

Soledad


Si la soledad tuviese un color, este sería el gris.

Todo lo veo gris. El edredón, las colillas en el cenicero, la luz de la fría tarde, el cielo de invierno, el jersey… Incluso el silencio es gris. Un silencio roto por el “tic-tac” del reloj. Un silencio contado, medido. Sin embargo, un silencio casi infinito, mortal. Como un alto precipicio.

A veces la soledad me gusta. Algún que otro rato perdiendo la mirada y dejando volar el alma. Tranquilidad. Estufa. Soñar despierta. A veces la soledad me hace crecer, me llena, me hace sentir libre, independiente. Esa soledad sería de color naranja.

Pero la soledad de hoy es distinta. Es gris. Triste, intenso, pesado y opresor gris. Hoy me siento inquieta, nerviosa, como si todo lo que dijese e hiciese tuviese eco, tortura. Tortura.

Me siento encima de la cama deshecha y siento que el gris del edredón me amordaza cada centímetro de la piel. Hasta llegar a los dedos de los pies, que luchan y hacen presión hacia abajo para liberarse. Las pestañas se me enredan y se pegan. Niegan a mis párpados un abrir y cerrar libre. También hay gris dentro de mis ojos. La nariz sigue en su sitio, congelada, como siempre, pero los pulmones se han quedado dormidos. No se llenan de aire. Supongo que rechazan ese aire gris, contaminado de soledad.

Sin que me quede otro remedio, abro la boca con fuerza, de golpe, de susto, por instinto. Y grito. Grito un “no” alto y fuerte, un “no” que podría romper cristales y hacer reflexionar, que podría marcar un antes y un después. Pero no sirve de nada. Mi aparentemente poderoso “no” se pierde entre las paredes. El gris apaga su potencia, apagando también mi última llama de voluntad. No he roto ningún cristal, no hay antes, no hay después. Solo queda el eco de mi grito. Tortura.

Me quedo débil, sin voz, sin aliento, y me abandono a la mordaza del edredón. Los músculos se convierten en piedras, se me entumecen, me pesan. Me hunden. Caigo rendida encima de la cama en una posición casi imposible. Dejo que el mar gris de mi edredón me trague, me ahogue. Me da igual. Ese cuerpo ya no soy yo, es mi prisión.

Pasan horas y me quedo en auténtico stop. Quizá he dormido. Quizá estoy dormida todavía ahora. Quién sabe. No quiero saber nada. No hay nadie conmigo, ni siquiera yo misma estoy conmigo. No quiero gris. Gris.

De repente abro los ojos. Lucho. Intento abrir los barrotes de la ventana de mi pecho y escaparme. No puedo. ¿Qué hago? ¿Qué me pasa? Nada. Puedo evitar esta soledad. Abrir la ventana y ventilar. El gris se iría. Pero no lo hago, porque no quiero. O no puedo. No me quedan ganas. Ni cerillas. ¿Mechero? Enciendo un nuevo cigarrillo. El humo diluye la nitidez de la habitación. Parece que quiere hacerme compañía. Yo, Itsaso, más sola que nunca; él, humo, más gris que nunca. Una colilla más. Se emborronan mis ideas, si es que las tuve claras en algún momento. Sola no puedo.

No siento nada dentro. Me he dejado llenar de gris. El humo. Me duele el silencio, me duele el vacío, el hueco, el eco. Cojo a Balzac, abro una página al azar y empiezo a leer. Intento llenarme de algo. De lo que sea. Algo. El cigarrillo no ha funcionado. Paso las páginas ansiosamente, no sé qué dicen, no me interesa, pero me llenan. Siento una extraña sensación. Será el tedio. Siempre lo había odiado, hasta hoy. Es mejor el tedio que el vacío. Bostezo. Tic-tac. Eco. Tortura.

Decido plantarle cara al eco. Puedo con el gris, al fin y al cabo no es más que yo misma, soy yo quien lo pinta. Pero no puedo con el eco, el vacío, me mata, me muero. Cojo aire. Me duele la bocanada en el pecho. Escuece. Pero me da la fuerza necesaria para empezar a leer en voz alta. De carrerilla. Por impulso. Quizá así me siento menos sola. Menos gris. Leo y leo sin prestar atención a las palabras, respirando en cada coma, renovando la saliva en cada punto.

La tarde es larga. La soledad me pesa de la S a la D.

Empieza a llover fuera. Las gotas estallan contra el cristal de la ventana, que también se tiñe de gris. Como mi edredón, como mis ojos, como mi alma.


De Mamá Google

sábado, 16 de febrero de 2013

Las mentiras de las hadas II

El Lobo, en realidad, no sabía soplar. Era traficante de pólvora. Los cerditos siguen muriendo todavía hoy.

Alice Walker

Me dispongo a preparar un té. De menta. Pongo el agua a hervir. Abro el libro por la página 129. Donde lo he dejado hace casi una hora. Empiezo a leer. En la cocina. De pie. Voy pasando las hojas. El agua hierve. Ya sé que estás hirviendo, espera un momento. Sigo leyendo. Se desborda de la olla. El fuego se queja. Vapor. Sigo leyendo. No me importa el desastre. Quiero acabar el párrafo. La página.
Espera, el capítulo.
Termino. Miro la olla ya sin agua. Todo vapor. Parece que la cocina vaya a explotar de un momento a otro. Apago el fuego.
Ya no quiero té.

Te sigo leyendo.

sábado, 2 de febrero de 2013

Contigo

A veces, muy de vez en cuando, me descubro a mí misma pensando en nosotras, en nuestro futuro... Juntas.

No suelo hacerlo, la verdad. Ya sabes que yo siempre he preferido pensar en el presente, en el ahora... Me resulta mucho más excitante, más fértil, más mío.

Pero de repente llega un día de esos en los que me pongo mística (quizá por haberme tomado alguna Voll-Damm traicionera, o por ser luna llena) y empiezo a soñar despierta... Y, bueno, ya sabes, cuando empiezo a soñar despierta no tengo límites. Me parece que todo es posible. Me olvido del excitante presente y empiezo a trazar firmes esbozos en un futuro que yo siempre creo brillante... Que sí, que ya lo sé, positivismo obsesivo-compulsivo. Enfermizo. Pero inevitable.

Y, sí, pienso en mi espléndido futuro. Aunque, no me entiendas mal, cuando digo "espléndido", no quiero decir "trabajo, coche, casa y botellas de vino caro", no. Cuando digo "espléndido", quiero decir "contigo".

Empiezo a dibujar en mi mente un pisito mal pagado en Barcelona, poca comida en la nevera, un sofá viejo y un montón de libros en el suelo. Una guitarra y alguna botella de vino no muy caro de vez en cuando. Cine una vez al trimestre y viajes improvisados con poco equipaje. Y besos, caricias y buen sexo...

Y de pronto despierto sin aviso. Qué susto. Y qué chasco, estaba en lo mejor... Veo mis apuntes de Grandes obras de la literatura univesal. Ya ni recuerdo qué estaba imaginando. Esto me pasa por subestimar a la luna llena (o a la Voll-Damm).

Aunque, tranquila, esto solo me pasa de vez en cuando. La mayor parte del tiempo me es completamente imposible ocupar mi mente con estos esbozos de futuro. El excitante presente eclipsa todo lo demás. Pero, no me entiendas mal, cuando digo "excitante", no quiero decir "fiestas cada noche en la terraza", no. Cuando digo "excitante", quiero decir "contigo".

Hermanos II

- ¿En qué piensas?
- ¿Por qué la palabra 'testículo' se parece tanto a la palabra 'testiculo'?
- ¿Qué?
- Que por qué la palabra 'testículo' se parece tanto a la palabra 'testiculo'...
- Hm... La palabra 'testiculo' no existe...
- ¡Claro que existe! Yo testiculo, tú testiculas, él testicula...
- ¡Imbécil! Es: yo gesticulo, tú gesticulas, él gesticula...
- Ah, claro...

- ¿En qué piensas?
- ¿La palabra 'testículo' viene de la palabra 'culo'?

Hombre Lobo

Hoy la Luna es grande.

Te hará enloquecer... Te convertirá en bestia, olvidarás tu pequeña parte civilizada y serás todo naturaleza salvaje, sin norma, sin límite, desbordante... Y estallarás como estallan los orgasmos precipitados. Éxtasis fugaz, casi completo. El marrón de tus ojos se desmayará y quedará tan solo pupila, negra pupila en tus ventanas, negra como la noche en soledad. Tu cuerpo dejará de ser cuerpo para ser objeto, y tu mente, desperdicio. Será tu espíritu mudable el que, convertido en puro instinto, te llevará a la acción. Y esa acción tan solo podrá ser una, única, irreversible... Amarás sin envoltorio, sin receta, sin arnés de seguridad... Amarás hasta hacer daño. Queriendo besar, morderás. Queriendo abrazar, ahogarás. Destruirás todo lo construido por tu breve paciencia y gozarás con ello. Tus caricias desgarrarán. Tus pies danzarán descalzos, y tus brazos, libres. Tus dedos buscarán la brutal belleza de la sangre. Herirán queriendo herir. Y, con el dolor, rugirás de placer a carcajadas. Perderás, aunque sentirás que estás ganando.

Pero, no temas, después se hará de día, tu mente olvidará la Luna y todo volverá a estar bajo tu control. Volverás a amar con precaución, con el temperamento que el marrón de tus ojos te otorga. La sangre te horrorizará de nuevo y besarás dulcemente las heridas hasta sanarlas. Volverás a construirlo todo con la calma y el silencio que deja una feroz tormenta. Volverás a ser tú el dominante, nadie más.

Sin embargo, en el fondo del laberinto de tu corazón, siempre imperará Ella. Grande y fuerte. Aparentemente hielo, pero más fuego que nunca... Y, de esto, lo siento, no podrás huir jamás.



Luna llena. Arte Matriz.


(A Winston Reeves, mi Hombre Lobo)