jueves, 7 de marzo de 2013

Paraguas


El cielo llueve para lavar la cara a los oscuros, los de manos limpias y alma sucia. Pero ellos han inventado un cutre aparato para proteger sus negras mejillas de la pureza de la lluvia. Desde que andan sobre dos patas se creen los dueños del universo. Y siempre quieren más. Que nada salga de la línea pintada o disparo. De mente especuladora y cuerpo esclavo. De intención sobrada y tiempo escaso. Huyen de la lluvia porque se sale de la línea. Porque el contacto con cada gota les duele, les arde, les deshace. Porque la naturaleza en forma de agua, al chocar con su corrupta piel, explota. Les molesta mojarse la cara porque se desmaquilla su nariz, se escurre el hollín de su pelo. Y quedan indefensos, mojados, débiles, desnudos. Y sienten el frío. El frío en crudo. El frío que da enfrentarse a la cruel realidad con el culo al aire. El frío que da darse cuenta de que, sin maquillaje, sin ropa, sin todo eso que en realidad les sobra, dejan de ser reyes y empiezan a ser lo que siempre han sido: pura consecuencia. Ese frío. El frío que da sentirse clavo en lugar de martillo.

Pero los oscuros, de mezquina inteligencia, han inventado ese estúpido aparato. Una pieza más de su armadura en la guerra contra el mundo y su sistema. Y ese aparato funciona casi siempre bien. Casi siempre.

Y el cielo, incansable, sigue lloviendo. Lucha por ese “casi siempre”.

Quiere lavar la cara a los oscuros.


Salomé y sus crayolas.

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