domingo, 30 de septiembre de 2012

viernes, 21 de septiembre de 2012

La historia de dos palabras


Me persiguen. Siempre me persiguen.
Pero hoy más que nunca.

Me persigue.
Desde cerca. Muy cerca.
Le oigo. Siento su respiración.
Sé que es él.

Hace frío. Está oscuro. No veo nada. No quiero girarme.
No le veo pero sé que sigue ahí.
Sé que sigues ahí.

Acelero el paso.
Sigues ahí.
Me persigues.

Deja de perseguirme. Déjame.
No sé qué quieres. Qué buscas. No tengo nada.

Me buscas a mí.
No.
Déjame. Deja de perseguirme.
Voy a matarte.
Deja de perseguirme.

Voy a matarte.
Tengo que matarte. Tengo que hacerlo. Tengo que hacerlo…

Déjame.

Ahora ya no me persigues. No puedes.
Te he dicho que iba a hacerlo. Tenía que hacerlo…
Me perseguías.

Pero ahora ya no puedes.

La mano del ahora cadáver dejó ver un trozo de papel arrugado. Ella se agachó a recogerlo y lo abrió con su mano temblorosa, llena de sangre. Lo leyó y su cara se deformó al instante mostrando un gesto de inmenso terror. A continuación cogió el afilado y ahora rojo cuchillo que la esperaba en el suelo y se apuñaló.
Cayó al suelo junto al primer cadáver. En su cara quedó petrificado su gesto de terror. En su mano, el trozo de papel arrugado.
Dos palabras había escritas en la cuadrícula de aquel papel. Dos sencillas y poderosas palabras: soy yo.

Jamás lo entendí.

Un charco de oscura sangre enmarca todavía la escena en mi memoria.