viernes, 21 de febrero de 2014

Luna de Febrero


Lucho.
Lucho de máscara para fuera.

Mientras tanto, detrás del personaje, detrás de la acción, el tedio me fatiga. La telaraña de mi agenda se ha convertido en red opresora, no me deja respirar. Hace ya mucho que no cae el telón. Siento el peso de la mochila de la obligación en mi espalda y el frío del cañón del tiempo Revólver en mi sien. La eterna insatisfacción que me produce la luna me escuece en el estómago y me nubla la vista. Sigo con la obsesión de buscar anti-inflamatorios de dudas para cubrir los agujeros, los abismos que lo invaden todo. Me perturba la idea de volver a revolcarme entre auto-compasiones mientras acaricio mis grietas. Me duele el estallar de mi pecho tembloroso cuando veo salir de él un par de brazos que se alargan infinitamente, que me empujan al impulso y que, al final de ellos, se extienden unas grandes manos abiertas, desesperadas, hambrientas de cuerda a la que agarrarse.

Me escondo detrás del sexo, me intento engañar llenando mi piel de placer rápido, pero no lo consigo nunca del todo. Me masturbo el intocable ideal con índice y corazón y no llego al orgasmo. Me encierra la burbuja del patetismo y, aunque consigo explotarla rápidamente, me deja empapada de desprecios. No me soporto.

Por lo menos, a pesar de lo agudo del romper, puedo drogarme con la calidez del aterrizar.

No puedo parar para respirar, la función debe repetirse eternamente.

domingo, 2 de febrero de 2014

El alivio de la autodestrucción


De no parpadear, dejaría que se me secaran los ojos hasta quedarme ciega y dejar de verte. Buscaría aquel pequeño y afilado cristal que depositaste en la cajita de mi inconsciente la primera vez que me miraste. Con un martillo, me golpearía la cabeza una y otra vez para derribar hasta el último escalón del pedestal que yo misma te construí. Me cosería los brazos al cuerpo para no poder abrazarte por mucho que quiera. Me arrancaría los tímpanos para no oírte decir nada. Me cortaría la piel con cualquier cuchillo sin cesar hasta que mi cuerpo olvidase el tuyo. Me amputaría las manos para no acariciarte. Me mordería los labios hasta destrozarlos y no poder besarte. Me metería un cañón de Revólver por el coño y dispararía sin pestañear para no tener nunca más ganas de follarte. Me reventaría el pecho y lavaría mi corazón como si fuera una esponja para quitar tus manchas. Me abriría en canal y me destriparía poco a poco hasta sacarte de dentro. Y mi sangre lo empaparía todo.

Me dejaría morir con tranquilidad, sin lucha, si tuviera tan solo una leve esperanza de que no serias mi último pensamiento.

El burka


Puede ser que existan en mí dos maneras de quererte.

La primera es infinita, libre y desordenada; te quiero grande, en explosión, contradicción y danza; te quiero desbordante, plena y peligrosa; loca, montaña rusa, grito a pulmón y heladito de pistacho a las seis de la tarde; te quiero desnuda, salvaje y violenta, rebelde ante todo concepto inmoral, pistola en la sien y dildo juguetón entre las piernas. Te quiero enamorada, besando, volando, viajando y enamorando a todo el mundo; te quiero caliente, sexual, brutal, anal, orgasmo y pelos de punta; te quiero enfadada, potente, mordiendo la cuerda que aprieta, acariciando las grietas, partiendo cadenas y echando la siesta. Te quiero mojada y seca, niña y vieja, blanca y morena, feliz y deshecha. También te quiero pequeñita, dulce, frágil, suave, tierna, como aquella cereza que mientras se deshace espera un rescate. Te quiero ancha y seria, fría y llena, triste y buena; y te quiero ganadora, pedante, triunfante, orgullosa, buena suerte, dado y cubilete. Te quiero brillante, estrella, sonrisa y tregua; te quiero errónea, dudando, pensando, falta de ortografía, tachón y vuelta. Te quiero diosa, tomando el mar, bañada en sol, dejándote trepar por aquel caracol que tanto tarda en llegar; te quiero sonriente, buenos días, legaña, pirata, mentira y atenta. Te quiero primera, cabeza, líder, índice y tremenda; volcán, huracán, serpiente y vela; y última, incluso te quiero última…

Pero de repente aparece mi segunda manera de quererte… quizá más oscura, egoísta, impura; y es que te quiero mirándome, buscándome, abrazándome; te quiero queriéndome, acariciándome, follándome, yo, a mí, me, mía y ya. Te quiero necesitándome, rogándome, lamiéndome la planta de los pies; te quiero enferma, histérica, temblando y llorando, suplicando que vuelva. Te quiero asustada, esperándome en la parada, promesa, renuncia y condena. Te quiero con burka para que nadie más te vea, que seas mi única, mi cueva. Cuervos arrancándote los ojos cuando no me miras, cuerdas atándote las piernas si no vienes a verme, manos cerradas si no están las mías, labios cosidos si no es en mi cama. Te quiero esclava, callada y volcada, tendiendo constantemente hacia el fondo el pozo de mi ombligo. Te quiero muerta si no vives conmigo.