Lucho.
Lucho de máscara
para fuera.
Mientras tanto,
detrás del personaje, detrás de la acción, el tedio me fatiga. La telaraña de
mi agenda se ha convertido en red opresora, no me deja respirar. Hace ya mucho
que no cae el telón. Siento el peso de la mochila de la obligación en mi
espalda y el frío del cañón del tiempo Revólver en mi sien. La eterna
insatisfacción que me produce la luna me escuece en el estómago y me nubla la
vista. Sigo con la obsesión de buscar anti-inflamatorios de dudas para cubrir
los agujeros, los abismos que lo invaden todo. Me perturba la idea de volver a
revolcarme entre auto-compasiones mientras acaricio mis grietas. Me duele el
estallar de mi pecho tembloroso cuando veo salir de él un par de brazos que se
alargan infinitamente, que me empujan al impulso y que, al final de ellos, se
extienden unas grandes manos abiertas, desesperadas, hambrientas de cuerda a la
que agarrarse.
Me escondo detrás
del sexo, me intento engañar llenando mi piel de placer rápido, pero no lo
consigo nunca del todo. Me masturbo el intocable ideal con índice y corazón y
no llego al orgasmo. Me encierra la burbuja del patetismo y, aunque consigo
explotarla rápidamente, me deja empapada de desprecios. No me soporto.
Por lo menos, a
pesar de lo agudo del romper, puedo drogarme con la calidez del aterrizar.
No puedo parar para
respirar, la función debe repetirse eternamente.