viernes, 22 de marzo de 2013

En clase de historia del arte

He necesitado que Roser me explique por segunda vez el Barroco para darme cuenta de que hay una parte tenebrosa dentro de mí. Una habitación oscura con columnas retorcidas y altas que buscan una solución divina a tanto pozo abismal. Un cielo nublado de grises telarañas que impiden que la luz del sol entre en mi corazón y lo sane. Ventanas hechas para la no-ventilación. Porque no quiero desintoxicarme. No quiero ver el exterior. Quiero quedarme aquí dentro, a oscuras, revolcándome en la mismísima mierda que, cubo a cubo, he ido coleccionando durante mis dieciocho años de vida. 

Sí, hay una parte de mí donde yace el Barroco, triunfante. Un lugar donde corre la teatral sangre y todos os ahogáis en ella. Todos los que estáis dentro de mí, claro, los demás se salvan. Un lugar donde cada lágrima corta las mejillas, donde los cuervos me arrancan los ojos todavía vivos, donde el tiempo no pasa, muerde.

Pero esta es solo una pequeña parte de mí. Que, sí, que a veces dejo que me inunde, pero normalmente la llevo bajo control. Y me doy cuenta de esto porque Marina está sentada a mi lado, escribiendo no sé qué. Y cada vez que la miro, me sonríe. Y cada vez que Roser hace un silencio, ella asiente.

De repente se gira, me mira, me da un papel y me dice "para ti". Es un dibujo calcado de su mano. En cada dedo hay escrita una aspiración. Cinco metas vitales. Cinco deseos hermosos.

Entonces entiendo que ella, Marina, es lo menos Barroco del mundo. Es la que me compensa la balanza, la que me salva de todo lo anterior.

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