sábado, 24 de agosto de 2013

Ruptura


Enormes cristales afilados subiendo por mi tráquea. Escupo uno a uno cada trozo transparentemente limpio. Cortan, duele, pero no hay sangre. Voy guardando los añicos en la mano, quizá para reconstruir algo que dentro de mí se ha roto, algo que mi cuerpo está rechazando. Apenas puedo respirar, los cristales escalan por mi garganta sin parar, uno detrás de otro, sin tregua. No vienen del estómago, no los estoy vomitando, no los tragué en ningún momento; vienen de más arriba, de otro lugar, del pecho quizá. Algo se ha roto ahí dentro, algo de cristal, y sin darme cuenta, contracción tras contracción, estoy barriendo, quitando mi mierda, sacándola fuera.

“¡Para ya!, ¡respira, joder!, ¡vas a cortarte!, ¡para, para ya, por favor!”. Me lo dices como si pudiese parar, como si esto lo estuviese haciendo yo. Me lo dices como si no me estuviese cortando ya. Sí, me estoy cortando, ¡claro que me estoy cortando!, y duele. Pero no pasa nada. Te veo preocupada, estás llorando. No puedo hablar y decirte que no pasa nada, que lo que me pasa es normal, que duele pero que me irá bien, no puedo explicarte que simplemente estoy echando mierda fuera. Pero no llores, por favor, estaré bien.

Los cristales ya no caben en mis manos, son demasiados. Tú me ayudas y guardas unos cuantos en tus manos para liberar un poco las mías. Los coges con cuidado, para no cortarte. No sabes que estos cristales, por muy afilados que parezcan, jamás podrán cortarte, solo me cortan a mí, son míos, tan solo me duelen a mí.

Busco la sangre y no la encuentro, los cristales siguen saliendo limpios. Tiene que haber sangre, porque duele…

De repente el cielo se tiñe de rojo, quizá es esa la sangre que buscaba. Tú te asustas. Miras hacia arriba, por fin en silencio, has dejado de llorar. Parece que lo has entendido, parece que estás recordando. Sigo escupiendo.

Bajas la mirada, observas tus manos llenas de mis cristales. De repente ya no ves mis cristales y empiezas a ver tu martillo. No querías que pasara esto, no sabías que pasaría. Me abrazas. Sí, lo has entendido. Me agarro a ti, fuerte, pero el contacto de tu pecho con mi pecho, recién roto, duele, corta sin sangre. Otro cristal trepa por las paredes de mi garganta, acerco la mano a mi boca para guardarlo con el resto. Tú empiezas a llorar de nuevo, pero con un llanto distinto al anterior, un llanto más tranquilo, más amargo, porque ya lo entiendes.

Sigo sin poder hablar para decirte que no pasa nada, que estaré bien.


Mamá Google.

No hay comentarios:

Publicar un comentario