jueves, 11 de agosto de 2011

El romanticismo no ha muerto.

Vivimos en una sociedad en la que, por desgracia, ya no está de moda el romanticismo. Vamos por ahí ocultando siempre nuestros sentimientos, negando lo que por dentro nos quema, contradiciendo nuestro interior con nuestros actos, viviendo con cabeza y olvidando el corazón. Y es que llevamos tanto tiempo luchando contra nuestra parte romántica que hemos conseguido ocultarla por completo. ¿Dónde están esas largas cartas de amor escritas a mano y sin firma? ¿Dónde están aquellos billetes de tren para dos comprados impulsivamente? ¿Dónde están aquellas valiosas puestas de sol llenas de abrazos y brindis? ¿Dónde están esos “te quiero” que se escapan de los labios en momentos y lugares inesperados? ¿Dónde están los románticos? Aquellos que viven ardiendo, aquellos que luchan por lo que sienten, aquellos valientes que cometen locuras, aquellos con más corazón que cabeza… ¿dónde están?

No están. Se fueron. Se han dejado llevar por la fuerte corriente de esta sociedad, por la evolución. Porque los sentimientos asustan. Porque sentir es arriesgado y, a veces, duele. Por eso preferimos no sentir y vivir en un mundo sin miradas, sin sonrisas, sin lágrimas, sin piel de gallina… Y es que un sentimiento es más peligroso que un arma. Y vivir sintiendo al máximo es como vivir bailando en el borde de un alto precipicio. Y asusta. Asusta mucho.

Pero, ¿qué pasará si esto sigue creciendo? ¿Dejaremos de sentir? ¿Nos perderemos todo aquello que nos hace humanos? ¿Dejaremos de disfrutar con una sonrisa, con el tacto de la piel o con un abrazo? ¿Dejaremos de amar, de llorar o de odiar? ¿Qué será la vida, entonces? ¿Qué seremos nosotros?

Nada.

Por eso me niego a dejar de bailar en el borde de este precipicio. Y si caigo, sentiré el viento chocar contra mi cara, y disfrutaré. Aunque todo ello me suponga vivir en contra de una sociedad fría, insensible, lucharé contra todo muro que se imponga a mis sentimientos, romperé los barrotes de esta cárcel donde la gente se acomoda, hablaré de lo que siento en cada momento, sonreiré, amaré, y lloraré si mis ojos lo piden… viviré sintiendo. Siempre.

Porque quizá el romanticismo no está de moda, pero aun sigue vivo en unos pocos que siguen luchando con los sentimientos en la palma de la mano. Y no morirá mientras haya alguien capaz de levantar la mirada, apretar el puño y decir “te quiero”, mientras haya alguien cometiendo locuras, comprando billetes de tren para dos, escribiendo cartas de amor, valorando las puestas de sol… El romanticismo no ha muerto. Y no morirá mientras alguien siga bailando allí arriba, en el borde de algún precipicio.

2 comentarios:

  1. Una vez le escribí una carta a una chica del bus. La veía de vez en cuando, de camino a la facultad. Me obsesioné con su cara y le escribí un montón de exageraciones que eran verdad.a

    El caso es que cuando me eché la carta al bolsillo dejamos de coincidir; nunca me la había encontrado en un horario fijo, y entonces, como tampoco sabía cuándo la volvería a ver, empecé a llevar la carta encima todos los días por si acaso nos cruzábamos otra vez.

    Y al final la volví a ver, pero no en el bus sino en un bar. Era viernes y al salir de clase no sé por qué me dejé la carta en el bolsillo, así que la llevaba encima y me acerqué: hola, ¿qué tal?

    Cuando extendí la mano puso casa de susto y me miró como si la hubiera intentado violar.

    Moraleja: todo el mundo vibra con una película, con la exaltación de los sentimientos y bla blah, ¿pero cuántos están dispuestos a arriesgarse a vivir?

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  2. Es justo ese el problema. Estamos tan poco acostumbrados al romanticismo que cuando alguien intenta mostrar sus sentimientos más puros, grandes e intensos, lo único que obtiene a cambio es el rechazo. Rechazo bien por miedo, o por desprecio. Miedo a la grandeza que sentir supone, miedo a caer por el precipicio. Y rechazo por preferir pensar que esa grandeza es una cursilada, una cutrada, a afrontar que es precísamente esa grandeza la que nos hace vivir y morir.

    Me alegra saber que queda gente valiente que siente y lucha por expresar lo que siente. Me alegra saber que hay gente que baila en el borde de algún precipicio.

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